El patriarcado está en todos lados, eso ya lo sabemos hace rato.
Está en las pequeñas cosas, esas que no se sienten como algo violento, sino más bien como partes “naturalizadas” de nuestras vidas cotidianas.
A veces me pasa que ciertos comentarios ya me dejan en offside desde el primer momento, y siento que tengo que remontar un barrilete de plomo. Confieso que en algunas oportunidades me hago la que no escucho porque no tengo energía para rosquear.
Con mi hermano y mi vieja estamos haciendo un baño, el otro día fuimos a ver unas baldosas y el señor lo miraba solo a mi hermano, como si fuera él quien tenía la potestad de decidir sobre la compra o no de los productos. Él me dice que me persigo respecto a los “micromachismos” y que no siempre es así. Pero tuve mi revancha.
En otra oportunidad estábamos averiguando sobre una mesada para el quincho y el tipo lo mira a mi hermano y le dice “te explico a vos, que seguro tenés más idea del tipo de material”, él me miró incómodo y se dio cuenta que no estaba exagerando. Claramente ni él ni yo teníamos idea de la diferencia de los materiales, pero sin embargo la figura de varón le dio la legitimidad de “tenerla más clara que yo, por ser mujer”.
Parece un relato trillado, pero es tan cierto como la naturalización que aún nos rodea. Recuerdo esa noticia que anunciaba que personas se bajaron de un avión porque la piloto era una mujer, o la gasista que no la dejaron hacer su trabajo porque desconfiaron de su habilidad.
El patriarcado cala más a fondo, lo sé. Muchas veces duele más y hasta mata.
Pero al mismo tiempo sabemos que al patriarcado se lo combate en cada rincón, todos los días, porque
-a la gilada ni cabida-
Ilustración @escxrpio