“No quedan testigos de una parte de mi vida, la que su memoria se ha llevado consigo” dice Sylvia Molloy en uno de los pasajes que componen Desarticulaciones (Eterna cadencia, 2010), una especie de cuaderno de bitácora en donde registra los encuentros que mantiene con una amiga y ex pareja con Alzheimer. Un texto fugaz como el instante que las conecta. Confluyen aquí memorias y desmemorias, hiatos, ausencias, intentos por recuperar algo de la experiencia común. Y allí la crueldad de la evidencia: el pasado compartido se volvió casi inexistente para una de las partes, quedando del otro lado el desconcierto. Molloy lo enuncia con claridad: “Escribo para tratar de entender ese estar/no estar”. Desde el inicio se insinúa un tono nostálgico que poco a poco transmuta en una nueva forma de habitar el vínculo: el pasado puede reescribirse en tiempo presente dando lugar a la invención. 

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En 1981 Molloy publicó En breve cárcel, una novela sobre un amor cruzado entre tres mujeres que fue censurada antes de ser publicada en Argentina, y que salió a la luz por primera vez en España. Allí la reconstrucción de la historia se hace a través de una narradora omnisciente, que lo conoce todo pero que no interviene como personaje. Se trata de un relato autobiográfico creado -si eso fuera posible- por una voz externa. El recuerdo aquí también se configura, aunque de otra forma, como articulador de la escritura. Ricardo Piglia señala en el prólogo de una de las más recientes ediciones locales: “el pasado sirve para percibir que sólo se recuerda lo que se ha perdido”. 

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Su cabeza es un proyector cinematográfico cargado de recuerdos. Es ella ahora la única que puede retener lo vivido, la responsable de reproducir imágenes con la constancia y la precisión de una máquina. Una reconstrucción del pasado en solitario, con una espectadora que no se reconoce en ninguna escena de esa película que son sus vidas juntas. Una espectadora que está ahora fuera del tiempo, que es nombrada sólo a través de sus iniciales tal vez como una estrategia narrativa para reforzar el peso de ese estar/no estar.

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¿Cómo nombrar una historia compartida si no hay posibilidad de lenguaje común o si, en cierto sentido, ya no existe una historia compartida? Pareciera haber en ese desgarro una apuesta por mantener con vida esa historia que fueron de una forma diferente. Una readaptación, una especie de farsa inocente, un ejercicio de ficción: “Sacar del tiempo lo que ocurre en el tiempo para que sobreviva”. Desarticulaciones nos habla de una mujer que está sola frente a un rompecabezas desarmado, con piezas que ya no encajan en su antiguo sitio. Busca otras combinaciones posibles renunciando a la ilusión del encastre perfecto. Escribe para encontrarlas. Comienza entonces por los bordes, para demarcar el límite de un adentro que todavía las contiene a ambas.

Por Mariana Sorgentini