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Encontrarnos como política platense

Por Cami Grippo / Fotografía: Emiliano Gatti

Me gusta el cumpleaños de mi ciudad y también el mío. Ambos tienen esa brisa fresca que aún no llega a ser sofocante. Me gusta la gente en la calle, las fiestas gratuitas, el disfrute colectivo. Me gusta imaginar a mi madre joven y a mi padre estudiante. La tormenta primaveral que siempre amenaza y el grito del nacimiento. Al fin y al cabo, todos los días nacemos y morimos un poco.

Mientras la ciudad cumplía años, el 19 de noviembre de 1990, mi madre caminaba entre los jacarandás y el calor incipiente como si quisiera asegurarse de que yo también llegara a festejar. El parto fue casi una extensión del aniversario: la ciudad soplaba las velas y yo respiraba por primera vez, el 20 de noviembre. Desde entonces, cada 19 se me mezcla con el 20, como si el cumpleaños de la ciudad y el mío fueran la misma fiesta. Noviembre siempre huele a verano, al final de las clases, a la posibilidad de escaparse al río y a esa sensación de vida que se respira en las calles.

Ese 19 de noviembre de 1990, mi madre —con la frescura de sus 21 años— fue caminando hasta la plaza Moreno junto a dos amigos. Mi padre no fue porque estudiaba para un final en la facultad de Arquitectura. Le compraron un helado gigante, tanto como su panza, donde dormía yo, todavía sin saber a qué mundo venía. En la plaza caminaron un rato más y bailaron al ritmo de una música que nadie recuerda. No hay registros, pero estoy segura de que había música.

Años después, cuando cumplí 15, una tormenta feroz cayó sobre la ciudad. Temimos que se cancelara el recital de plaza Moreno —ese año tocaba La Mosca—, pero ni la lluvia detuvo los festejos. Después de las doce, dimos paso a mi fiesta, en un salón cerca de la plaza, con la sensación de que la ciudad y yo volvíamos a celebrar.

A partir de 1992 los aniversarios se volvieron multitudinarios. Fito, Charly, Spinetta, Soda Stereo, Babasónicos, Calle 13: artistas que quizás no hubiéramos podido ver en otro contexto. No faltan quienes critican el “gasto” que implican esos eventos, pero nosotrxs entendemos que la cultura popular construye comunidad y resistencia.

Mi madre recuerda otra celebración: el centenario de la ciudad, en 1982. Convocaron a varias panaderías locales para confeccionar una torta gigantesca que sería montada en la plaza. Los vecinos fueron con cucharas y tenedores, listos para probarla. La introdujeron con una grúa, montaron una carpa y hasta tuvieron que luchar contra las hormigas.

Pero el verdadero desafío fue contener a los golosos que se arrojaron sobre la mesa comunitaria, como bestias incontrolables. La multitud terminó devorando la torta como si fuera un tesoro colectivo.

Dicen que para acelerar el parto las embarazadas deben moverse, bailar, caminar. Vine al mundo con la fiesta, el calor y el dulce del helado; con la juventud de mi madre y el cumpleaños de mi ciudad. Con la tormenta, el grito y la música. El trabajo de parto fue de doce -tortuosas- horas. No había dilatación, el goteo no ayudaba y el cansancio la vencía. Mi padre decía que no quería entrar, pero una enfermera testaruda lo vistió con ambo y gorro y lo empujó a la sala de partos. Por fortuna, dice él ahora.

La ciudad y yo somos escorpianas: dolor, renacimiento, baile. Hay algo de todo eso que me forma, que me da sentido, que explica por qué me gusta tanto salir, caminar, festejar y doler. A nuestra ciudad también: llena de actividades, juventud, bailes y movimiento. Miles de estudiantes de la provincia y de otras provincias la eligen para vivir, para quedarse. Acá siempre hay algo para hacer, se respira la vida.

Este año la ciudad cumple 143 años y yo, 35. Ojalá sigamos haciéndolo: naciendo, celebrando y bailando juntas. Ojalá todos los cumpleaños sean sinónimo de encuentro y de comunidad, de baile y disfrute. Encontrarnos como política platense.

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