Por Cami Grippo

Lejos de la cursilería o el romanticismo, siempre creí que es así: hay algo en crear, en el hecho artístico, en la escritura que tiene que ver con vivir. Como expresa Clarice Lispector: “Escribo para salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida” -En Un soplo de vida (1978)-. O Laura Alcoba en La casa de los conejos (2007): “narrar se volvió imperioso”, refiriéndose al libro que iba a contar parte de su infancia durante la última dictadura cívico militar. Otro ejemplo paradigmático es el clásico Diario de Ana Frank que, mientras se encontraba encerrada con su familia debido al nazismo, escribió un diario, documento fiel de las atrocidades de ese periodo histórico.

No es una salvación literal, por supuesto. A Ana Frank, escribir ese diario, no la salvó de la muerte. A Laura Alcoba no la privó de vivir una infancia en la clandestinidad. Escribir, posteriormente, para sanar/olvidar/recordar/superar/contarle a otrxs.

Estas ideas me resuenan luego de leer el libro Dejando el silencio atrás, de Luis Seroni. Luis es ex combatiente de Malvinas y, a partir de la conversación y de la entrevista, despliega en este libro sus vivencias respecto a la guerra. No me llamó la atención el sufrimiento de la guerra: todxs sabemos que Malvinas fue sinónimo de hambre, frío, desolación, abandono y violencia. Que Malvinas fue un plan macabro de la dictadura, un plan inhumano dispuesto a fracasar desde el comienzo.

Lo que destaco de este libro son otras cosas. Por un lado, el compañerismo y el cariño de los amigos, aun en los momentos más terribles: Luis describe de qué modo se apoyaba en sus compañeros para atravesar los días, cómo se reían a pesar del dolor y el apoyo que sintió en cada momento. Por otro lado, la escritura como vehículo de salvación. Otra vez: no es una salvación literal. Luis sufrió la guerra, como tantos otros, y eso es inevitable. Pero el escribir/contar/narrar sobre Malvinas le permitió vivir, luego, de otro modo.

El título del libro -Dejando el silencio atrás- alude al manto de silencio que cubrió al tema Malvinas durante años, incluso entre los propios ex combatientes. Luis da lugar a la palabra, la escucha y el diálogo. Escribir para sanar, para sentir, para conectar aún más con los seres queridos. Dice Luis, “escribir ha sido un viaje hacia adentro”. Y también fue un viaje al territorio. Hacia el final, Luis manifiesta que escribir este libro ha sido como su regreso a Malvinas. Él nunca volvió físicamente a las islas, como algunos de sus compañeros, pero lo hizo a partir de este libro.

Dejando el silencio atrás fue la propia clave de superación de Luis. Cada compañero tuvo o tiene la suya. Cada uno vivió una guerra propia, más allá de los hechos históricos o lo colectivo. No existen fórmulas mágicas para sanar el dolor o para superar el trauma, pero Luis ha encontrado en la escritura, una forma más que significativa. No es solo para él, es para los demás, para la Argentina toda.

Termina Luis con estas palabras: “cada vez que me levanto de escribir sobre Malvinas me siento más liviano”. No solo participó en este libro de conversaciones, tiene otros libros de cuentos -Pantano, Baobab, Rápido La Plata- donde despliega una gran calidad literaria y ficcional y, en algunos relatos, se cuelan sensaciones respecto a Malvinas. Recordemos también la gran cantidad de cartas que se enviaban los soldados con familiares o amigxs, cartas donde se despliegan las sensaciones y vivencias durante la guerra. Luis quemó todas las cartas. Pero hay una que sobrevivió, gracias a una vecina de Quilmes, y que se transcribe en el libro.

El poder de la escritura, de la palabra y de decir, por fin, lo que nunca se dijo. Y en este acto de valentía invitar a otros a apaciguar, un poco, su dolor.

¿Acaso es en la escritura -y en el arte- que renacemos, resucitamos y sobrevivimos? La escritura, la literatura, pueden ser un soplo de vida entre tanta muerte.