Parece guionado que 10 años después de la peor tragedia que ha sufrido la ciudad de La Plata, algunas gotas (muchas, en realidad) que cayeron el jueves 17 de agosto permearon la memoria y volvieron a poner en el imaginario social aquel 2 de abril…tras 10 años, ¿por qué nuevamente distintos barrios quedaron tapados de agua?

Por Santiago Baez – Licenciado en Geografía UNLP y Becario Doctoral del CONICET / Imagen – Pulso Noticias

El 17 de agosto de 2023 llovió. Y llovió mucho. Empezó con ganas durante la noche del 16 y continuó casi sin interrupciones hasta entrada la tarde del 17. El día anterior ya se habían producido algunas tormentas fuertes, locales, con granizo incluido, por lo que el suelo en algunas zonas ya se encontraba con algo de carga de humedad.

Había algunas señales que podían llegar a prever un evento importante, con mucha humedad en el ambiente, relativamente elevada temperatura (para el mes de agosto) y ante eso algunos servicios meteorológicos no oficiales ya avisaban que podría existir un escenario de tormentas fuertes o incluso severas. Ello luego fue confirmado por el Servicio Meteorológico Nacional, dando aviso a través del Sistema de Alerta Temprana. Pero si había avisos, ¿por qué nuevamente distintos barrios quedaron tapados de agua?

La realidad es que cayó mucha agua en la periferia platense. Y a eso se le suma otra realidad: el suelo únicamente puede absorber una determinada cantidad de agua antes de saturarse. Cuando esto sucede, el agua en vez de ir para abajo empieza a ir hacia los costados, es decir, a escurrir por la superficie. Y, ¿entonces? El Partido de La Plata (junto con los partidos vecinos) se encuentra en una zona de arroyos y bañados que naturalmente se configuraron como ambientes de escurrimiento y retención de agua.

Si a estos se les coloca una placa de cemento o un nylon arriba, sucede lo que se dijo antes: el agua no infiltra y tiende a escurrir. En esencia, eso es lo que sucede en la región. El crecimiento urbano tanto en el centro como en la periferia (cemento), sumado a la expansión de invernáculos (nylon) para la producción hortícola, ha resultado en una pérdida en la capacidad de infiltración del suelo de la región.

Por lo tanto, el agua queda en superficie. Si existe una inclinación del terreno, va a tender a moverse para un lado; si no hay inclinación o bien existe un obstáculo a ese movimiento, se quedará estancada. En términos muy generales, podría decirse que una inundación se produce cuando una gran cantidad de agua queda en superficie, ya sea escurriendo o no, y altera las actividades de la sociedad. Cuando precipita mucho, el agua tarda en evacuar el área donde cae (ya sea por infiltración o escurrimiento), cuestión que dependerá de las “vías de escape” (arroyos – bañados) que disponga y de los obstáculos que se le presente.

El pasado está a una lluvia de repetirse

En el 2013, además de la extraordinaria cantidad de agua que cayó del cielo, lo cual saturó los sistemas de desagües artificiales y naturales, sucedió que el agua precipitada permaneció estancada por largas horas debido a los distintos obstáculos que impidieron su libre circulación, alcanzando alturas de más de 2 metros en distintos puntos. Esto motivó la realización de importantes obras hidráulicas en la región. Pero ¿fueron efectivas?

La efectividad de la obra debe pensarse en relación al objetivo con el que fue realizada. En este caso, al ser obras que en mayor medida implicaron el uso de cemento para hacer canales aliviadores y canalizar un tramo de un importante arroyo de la región, apuntaron a favorecer el almacenamiento y escurrimiento de las aguas.

Distintos modelos y simulaciones hechos por expertos marcaron que, si volviera a llover lo que cayó ese 2 y 3 de abril de 2013 (más de 300 mm del 2013), La Plata se inundaría de igual forma, independientemente de las obras realizadas. Y hoy podemos decir que estaban en lo cierto. Bastaron poco más de 100 mm para que la ciudad, o por lo menos la periferia, quedara nuevamente bajo el agua.

¿Pero qué pasó? El agua escurrió más rápido, eso seguro. El casco urbano, más allá de registrar algunas calles con anegamientos temporarios, no sufrió mayores consecuencias. El problema lo tuvo la periferia. Pero no cualquier periferia, sino aquella ubicada al sur (sudeste-sudoeste) de la ciudad. Pongámosle nombres: Melchor Romero, Lisandro Olmos, Etcheverry, Los Hornos, Altos de San Lorenzo, Villa Elvira, Abasto.

Si bien es cierto que allí fue donde se registraron los valores más elevados de precipitación, también es cierto que son lugares a donde el Estado, en sus diferentes escalas, no llega. Es en esta periferia donde se encuentra una gran cantidad de barrios populares, en constante crecimiento, donde las viviendas precarias son cada vez más, donde el acceso a los servicios públicos es más que deficiente, y donde para acceder a los servicios de salud y la educación las personas deben recorrer grandes distintas en condiciones generalmente muy desfavorables. En esa periferia es donde escuchás “¿de qué obra me estás hablando?” “¿el Estado? no, si nunca vienen”, “perdí todo, no sé qué hacer”, “cada vez que llueve es lo mismo acá”.

La periferia también es platense

Mientras en el casco urbano el Municipio platense asfalta calles que ya cuentan con asfalto, rompe veredas para poner baldosas nuevas, coloca por todos lados luminarias led y “embellece” plazas y parques con juegos nuevos, la periferia parece olvidada.

Allí, las calles de tierra sirven para la movilidad de autos y peatones por igual (imagínate cuando llueve), los espacios de recreación se reducen a unos pocos espacios verdes que con suerte cuentan con algún juego para lxs más pequeñxs o bien es el potrero del barrio. El acceso a la electricidad se hace en muchos lugares a través de conexiones irregulares. El agua de red no llega y en el mejor de los casos hay algún tanque comunitario que sirve a una gran cantidad de familias. El gas, garrafa. ¿Cloacas? ¿Qué es eso? Con algo de suerte tenés una cámara séptica. ¿Y las zanjas? “Nada, nunca las limpian, siempre están llenas de mugre y tapadas”, me dijo un vecino en una recorrida. Imagínate lo que se potencia cuando ante una lluvia, se les inunda el barrio y la vivienda, y pierden todo lo que tienen.

Mucho se dijo desde la Municipalidad que se habían anticipado al fenómeno meteorológico del 17 de agosto, elevando el nivel de alerta, poniendo a disposición cuadrillas de emergencia y acompañando a lxs vecinxs de los barrios. Pero no fue así. En la periferia, la comunidad es el núcleo estructurante y la solidaridad es la herramienta.
Ese día, la atención primaria se llevó adelante entre lxs mismxs vecinxs, apoyadxs en distintas organizaciones sociales que pusieron a disposición recursos, gente y lugares para recibir y entregar donaciones, y albergar a quienes tuvieron que ser evacuadxs.

Curiosamente, días después del evento, la Municipalidad publicó luego de 4 años de espera, los resultados del convenio realizado con la UNLP en 2019, a través del cual se buscó crear un Plan de Reducción de Riesgo de Inundaciones.

Parte importante de ese plan apuntaba a indicar barrio por barrio, manzana por manzana, cuáles eran los puntos “seguros” y cuáles no, y hacia dónde trasladarse ante un eventual evento de inundación. Esa información llegó tarde. Y aunque no lo hubiera hecho, en algunos barrios de la periferia hacer un planteo de ese tipo es desconocer la realidad de la gente. En un evento de estas características, mucha gente opta por quedarse en las casas para intentar salvar lo poco que tiene, y otras personas lo hacen por miedo a que les puedan robar sus pertenencias. Huir no es una opción.

Necesidades y perspectivas para el futuro inmediato

Entonces ¿qué se puede hacer? Lo primero y fundamental es estar ahí, al pie del cañón para ayudar en lo que sea posible al momento de la emergencia. La divulgación de información y la concientización es clave y para ello es central el acercamiento a la gente; es importante que se sepa cómo actuar ante inundaciones.

Identificar los cursos de agua en los barrios o cercanos a ellos es central especialmente si hay gente viviendo cerca, dado que serán los primerxs damnificadxs ante una eventual crecida. Si no hubiera viviendas cerca de los arroyos, también es importante notarlo y garantizar que esos espacios queden libres de ocupación, incluso pudiendo transformarse en espacios de recreación.

El manejo de la basura también es importante, ya que la basura suele ser uno de los elementos que favorece la ocurrencia de inundaciones. No sólo es clave garantizar el servicio de recolección de residuos por parte del Municipio, sino que es igualmente importante que lxs vecinxs colaboren en no tirar bolsas y elementos sueltos en cualquier lado, especialmente en zanjas y arroyos.

¿Con obras hidráulicas puede solucionarse el problema? Si existe voluntad política y presupuesto, bienvenidas sean, pero ante la ausencia municipal, la organización barrial cobra aún mayor relevancia. Entonces el mantenimiento de espacios verdes y de las zanjas como espacios de infiltración y retención de agua se vuelve una tarea clave para la comunidad organizada a la hora de intentar mitigar de alguna forma el posible impacto de una precipitación intensa y prolongada.

El Municipio en particular, y el Estado en el resto de sus niveles, debiera estar acompañando estos trabajos, atendiendo a las demandas vecinales, garantizando el acceso a servicios básicos, colaborando en el mantenimiento de calles, arroyos, espacios verdes y demás, e impulsando campañas de concientización.

En lugar de destinar un enorme presupuesto a realizar obras en el casco urbano que no son necesarias, el eje debería moverse del centro hacia lugares que realmente necesitan del acompañamiento y la inversión pública. En otras palabras, hacer que la periferia platense sea el nuevo centro.