Pixar estrenó su nueva película Red y nuestras memorias se tiñeron de rojo. Escribo para compartir algunas reflexiones y preguntas que me surgieron, pero es necesario advertirles que voy a spoilear muchas partes.

La protagonista de la película se llama Mei Lee y es una niña de 13 años que vive con su familia de ascendencia china en la ciudad de Toronto. El tema central que aborda es el crecimiento de Mei y todo lo que ello implica.

Desde su primera menstruación, cada vez que sus emociones estallan, se transforma en un panda rojo. La capacidad de transformarse en un panda es una herencia familiar que Mei descubre a mitad de película. Si bien en principio fue un don que permitió a una de sus ancestras salvar su vida y la de su familia, con el correr de las generaciones se transformó en un problema, pero existe un ritual donde transforman al panda en un talismán para que no se interponga con su vida cotidiana. ¿Qué hay de malo con ser un panda?

Antes que nada, la película está planteada dentro del binarismo mujer- varón aunque hay algunos personajes que podrían llegar a desafiarlo pero no se profundidad a esa línea durante la historia. Ahora si, la película me dejó dos reflexiones centrales: la relación de Mei con su animalidad y la centralidad de sus vínculos con mujeres.

Un día Mei se transformó en panda rojo y nada volvió a ser igual. El terror a ser panda se alivió con la promesa de su mamá de poder realizar el ritual de luna roja. ¿Cómo podemos pensar ese ritual en nuestras propias experiencias? ¿Cuál es nuestra promesa de no convertirnos y por ende, no ser vistxs como pandas?

El ritual de luna roja pone freno a la manifestación de la animalidad de Mei, así como toda nuestra socialización en tanto personas que menstruamos. Cada publicidad que nos prometió que si usamos tal producto podemos hacer como si no estuviéramos menstruando, cada posibilidad de ser puestx en dudas cuando expresamos un comentario por el simple hecho de menstruar, cada uniforme de trabajo o escuela que buchonea la mínima gota de sangre.

Eliminar todo rastro de animalidad, de eso trata. De las millones de estrategias opresivas que tenemos que vivir para culturizar nuestros procesos, nuestros ciclos. Una configuración cultural que poco tiene de cíclica y más sabe de ser lineal, como si nuestros días fueran todos iguales, como si nuestras existencias se colocaran en una regla. Todo para ser normal, su normalidad que es inalcanzable y genera frustración, vergüenza y nos niega toda capacidad de autoconocimiento y exploración.

Cuando pienso en las estrategias de eliminación de nuestra animalidad por medio de la culturización estoy pensando en los esfuerzos de Mei por neutralizar sus emociones, ni siquiera cuando se trata de una caja de gatitos. Existe una exigencia que adiestra nuestras emociones para evitar cualquier tipo de posibilidad de poder conocer y entrar en contacto con nuestros procesos. Y esto no nos transforma en personas con esencia, lejos de eso, nos transforma en personas que culturalmente aprendemos a leer y gestionar ciclos vitales que no pueden ser nuestra parte animal porque ya como sujetos interculturales estamos mediados por formas de significar el mundo, leerlo y accionar en él.

La animalidad se nos construye como aquellas partes que no permitimos que existan, de las cuales no hablamos y si lo hacemos será para construir discursos de asco, vergüenza, displacer y dolor. ¿Es Mei nuestra esperanza de revertir la historia? ¿Cuantas Mei habitamos el mundo?

Pese a todas las críticas que le podemos hacer a una película mainstream, es de nuestra alegría reconocer en ella un punto de quiebre ante el callamiento del panda y una resignificación de esta transformación que todxs experimentamos.

El crecimiento y la menarquía como momento de expansión de nuestra sexualidad que nos permite crear formas de vincularnos con el mundo desde el placer. ¡Y qué mejor que hacerlo como Mei, acompañadx!

El acompañamiento es central en el argumento de la película. Mei nunca hubiera podido tomar la decisión de frenar la tradición del ritual de la luna roja sin el apoyo, reflexión y sostén de su círculo cercano. Sus amigas se transformaron en su mejor ejército frente a las exigencias familiares. Las mujeres de su familia fueron la red necesaria para que ninguna cayera, para que todas intentaran atravesar la culturalización lo mejor posible y hasta para acompañar la incomprendida decisión de Mei.

Es posible pensar nuestros afectos en tanto red, sostén, apoyo y escape. Una lógica de vinculación que no contribuye a la del consumo, del tiempo y afecto del otrx, ni tampoco a una lógica punitivista, que sancione nuestras acciones con el castigo. Sino que impulsa la comprensión y compasión, hacia lx otrx que está atravesando un momento importante de su vida, y en esa escucha y espera nos transformaremos juntxs, como familia que somos, como amigxs que somos.

Red no es una historia de superación personal ni de oveja negra, es una historia de reconstrucción del saber, del diálogo de conocimientos, de lucha, rebeldía y resistencia colectiva. Una historia que nos genera preguntas necesarias ante las transformaciones sobre el discurso de la menstruación y la menarquía. Propongo pensar su nombre en doble clave, como un vocablo inglés que refiere al color rojo menstrual, y como un vocablo amoroso, el de la red que construimos. Parafraseando a Susy, Reivindico mi derecho a ser panda, y que otros sean lo normal.

Escrito por @quilla.ciclos