Además de haber sido una reconocida ensayista y novelista, Susan Sontag también fue “una escritora de cuentos esporádica”. Sus relatos fueron recopilados por primera vez en Yo, etcétera (1978) y, más recientemente, en Declaración (Literatura Random House, 2018), una versión ampliada y actualizada de quince cuentos publicados entre la década del ’60 y la década del ’90. En todos ellos, Sontag despliega una variedad de estilos y registros que hacen que la lectura implique entrar en un remolino que nos eleva y que, 350 páginas después, nos hace aterrizar en un lugar desconocido.
*
Uno de los relatos que se destaca por su fuerza narrativa, es Así vivimos ahora del año 1986. Un hombre está internado en el hospital transitando una enfermedad que nunca es nombrada pero sabemos que es VIH-SIDA. El relato es contemporáneo a la irrupción de la enfermedad a escala mundial. Sontag estudió este tema en profundidad en su ensayo El SIDA y sus metáforas (1988), en consonancia con lo que ya había comenzado a indagar diez años antes en La enfermedad y sus metáforas. En ambos trabajos analiza los sentidos socialmente atribuidos a la tuberculosis, al cáncer y al VIH-SIDA y los mitos creados a su alrededor.
El texto se construye como una especie de reporte informativo o “parte médico” que elabora su red afectiva. Hay una cantidad abundante de personajes que aparecen fragmentados, a modo de comentaristas, recortados por la tijera de quien narra. El discurso se arma en esa heterogeneidad de voces que se combinan aleatoriamente. Lo cierto es que la única voz que no se escucha es la del verdadero protagonista sobre el que todxs hablan y opinan. Aparece indirectamente, reconstruida por el resto de los personajes y traducida por la persona que narra con un tono indiscreto que se nutre de comentarios de pasillo del estilo “se cuenta que dijo”.
De esta forma, Sontag parece llevar al extremo una estrategia de rodeo que se vuelve sumamente atractiva. El texto se va encadenando a partir de una serie de eslabones perdidos que alguien encuentra y ordena a su antojo. Se trata de una primera persona que interpreta lo que dice el resto, como una especie de escudo narrativo, como si no se atreviera a decirlo en sus propios términos, con su propia lengua: “(…) él habló menos sobre el hecho de estar enfermo, según Donny, lo que parecía una buena señal, sintió Kate, una señal de que no se sentía como una víctima, que no sentía que tenía una enfermedad sino, más bien, que estaba viviendo con una enfermedad, un arreglo más hospitalario, dijo Jan, una especie de cohabitación que implicaba que era algo temporal, que podía terminarse, pero terminarse cómo, dijo Hilda, y cuando dices hospitalario, Jan, yo oigo hospital”.
La enunciación laberíntica y enrevesada, sumada a párrafos enteros sin puntos, generan una incomodidad en la lectura que, en última instancia, no es otra cosa que una forma simbólica de evidenciar los tabúes y los estigmas que traen aparejados las enfermedades que “no se pueden nombrar”.
*
Otro de los cuentos que componen esta selección es El nene (1974), en donde Sontag propone un escenario enigmático en el que la madre y el padre de alguien a quien llaman “el nene” se entrevistan con un profesional de la salud al que no le escuchamos la voz en ningún momento. A lo largo de todo el relato, de una sesión a la otra, se describen situaciones que dan cuenta que “el nene” puede ser indistintamente un niño, un adolescente o un adulto. Mientras que en El muñeco (1963) explora un registro de ciencia ficción en el que un hombre -que pretende salirse de su vida por un tiempo- fabrica un muñeco a su imagen y semejanza para que lo suplante en su lugar de trabajo y en su rol como esposo y padre de familia.
Todos los relatos reunidos en Declaración dan cuenta de la versatilidad de Susan Sontag como escritora. A través de la ficción nos sigue hablando de los temas que la convocaron a lo largo de toda su obra como ensayista. “No me gusta estar cómoda todo el tiempo. Es importante sentirse incómoda. La comodidad aísla”. Sontag transmite esa necesidad de darle lugar a la incomodidad cuando elige mostrar lo oculto, lo enigmático, los tabúes. Nos revela que lo incómodo puede volverse más transitable, incluso preferible. Y mientras leemos, de alguna manera, nos sentimos a salvo.
Por Mariana Sorgentini.