Por Cami Grippo
El libro Somos Belén (2019)[1], de Ana Correa, constituye un testimonio fundamental sobre un caso único en nuestro país: en el 2014 Belén, una joven tucumana, es detenida por un aborto espontáneo. El libro también refleja cuestiones estructurales: las injusticias del sistema judicial y patriarcal, la persecución moral sobre las mujeres y las maternidades, la violencia del sistema policial, la sororidad y el apoyo de una red afectiva y, además, el preludio para lo que fue lograr la IVE – Interrupción Voluntaria del Embarazo, ley 27.610- en el 2021.
Es la historia que escribieron sobre Belén y la historia que ella decidió contar a través de la voz de Ana Correa. Ahora, en septiembre del 2025, se estrenó la película dirigida y protagonizada por Dolores Fonzi. Dolores es una actriz, referente del movimiento de actrices feministas y gran compañera para apoyar nuestras luchas. De hecho, en el 2016, cuando subió a un escenario para recibir un premio por La Patota – película del 2015, de Santiago Mitre, donde Dolores interpreta a una docente que es violada y debe afrontar la decisión de abortar o no, es excelente, de ahí, creo, el interés de ella-, mostró un cartelito escrito con fibrón con la leyenda: Libertad para Belén. A partir de ahí, logra visibilizar la historia. Belén no reveló su nombre original ni su cara (siempre tuvo mucho pudor y temor por su familia), y su caso sirve como referencia para otras y para una causa mayor: lograr la IVE, un hecho que marque precedente. Pero en este devenir, Belén estuvo casi tres años presa injustamente, y de ahí se desprende su historia.
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Ya no creo tanto en los bandos. Antes sí. Hay algo del feminismo que me hace pensar de forma polar: buenas y malos, violentos y violentadas, víctimas y victimarios. Pero ya no. No desde mi posición cómoda, clase media asalariada con algunos privilegios y asuntos saldados. No desde ese lugar. Pero acá no se trata de mi lugar -en parte sí porque yo escribo esta nota, pero en fin-. Más bien lo pienso en términos de justicia, de lo legal y lo ilegal. Pero también de la moral. Y la moral, en nuestra región, se ha regido y se rige, -aún hoy, muchas veces- bajo las normas de un sistema capitalista, patriarcal y, arraigadamente católico – digo católico y no cristiano, por la salvedad de que cristiano me remite a comunidad, al desear el bien del otrx, a ser un buen hijx, ciudadanx, padre o madre, amigx; y un poco el catolicismo como institución, con sus hombres perversos y sus operaciones fascistas, nada tienen que ver con una idea de un Cristo redentor, con una persona que desea el bien de otra sin interés-. Esa religión oficial que bien conocemos, que nos formó y nos crió, aquella que se funda con relatos de ángeles y demonios, paraísos e infiernos, buenos y malas. Malas como Eva que cometió el pecado original. Santas y puras como María. Malos como los Judas. Hay una polaridad, ya se ve.
Si pensamos en términos partidistas: unitarios y federales, peronistas y antiperonistas, y por qué no, feministas y machistas – es pobre mi listado de polaridades, pero creo que se entiende el punto-. Dicho esto: hay polaridad también en el feminismo. Pero, ¿cuántas veces decimos que no estamos en contra de los hombres? ¿Que no buscamos una guerra? Claro, no queremos caer en absolutismos. No en todo momento, no bajo cualquier relato, no en cada interpretación (no descubro nada si digo que existen los grises, pero sucede que muchas veces no nos regimos por ellos, y nos basamos en los polos, en los extremos, porque nos conviene o nos da seguridad, etc.).
Sin embargo, resulta que el caso Belén ilustra a las claras varias injusticias que están en los polos, que hay que ubicarlas en los extremos y que, de algún modo, hay que elegir un bando – a ver, hay bandos: entre un golpeador o abusador y su víctima, no hay discusión, los polos están y son bien claros-. Estas injusticias, en el caso Belén, tienen que ver con la moral, con una tradición cristiano culposa y con un sistema patriarcal estructural y vertebral a lo largo y ancho del país.
Resulta que el libro deja entrever -en forma de crónicas- cómo opera el sistema judicial patriarcal, especialmente en Tucumán, y específicamente, cómo peca de injusto -valga el oxímoron – para algunos grupos. En resumen: vivimos bajo un sistema que es más injusto para algunas personas que para otras (y ya lo sabemos, a veces lo aceptamos, a veces nos indignamos, a veces gozamos de sus beneficios). De ahí que al comienzo mencioné mis privilegios (de los cuales no quiero avergonzarme ni mucho menos justificarme, es solo poner en contexto desde dónde hablo; estos privilegios me hacen “estar mejor que tal”, o “peor que tal”, al final son perspectivas, obviamente) y cómo el libro me refleja una realidad por demás desigual, donde sí podemos hablar de víctimas y donde podemos señalar a un único victimario: el sistema.
Pero claro, esto es un abstracto. Allí operan organismos, individuos y grupos que ayudan a engordar al sistema, le dan de comer como a un chancho. Para ver ejemplos de estos en el libro: los policías que acusan a Belén de asesina, el abogado trucho que le saca plata a la familia pero no se ocupa del caso, la defensora oficial que prefiere resolverlo rápido, los jueces con una mirada sesgada, el médico que expone la historia clínica de Belén rompiendo el juramento hipocrático, etc. Pero también están lxs del otro lado, (el otro bando): la cabo Candela, la primera que le cree a Belén cuando dice que no sabía que estaba embarazada y que no se había hecho ningún aborto; la abogada, Soledad, que sin cobrar un peso decide hacerse cargo del caso; Celina, la directora de un medio alternativo de Tucumán que se hace eco de la noticia y la difunde, etc.
Belén es un caso, pero no es solo un caso. Nos detenemos en relatos, en pequeñas historias, en hechos individuales que van conformando nuestra red, nuestra historia, nuestra biografía, nuestra época y nuestro tiempo. De ahí que el lema feminista lo personal es político[2], se entiende. Conocer la historia de Belén te puede hacer pensar en tu propia historia. Conocerla puede significarte ir hacia otro mundo que quizás te resulte más desigual, o más violento o imposible de imaginar. Quizás te resuenen algunas cosas. Quizás te veas en Belén o en otras – porque las protagonistas son muchas; o en otros (¿acaso no queremos las mujeres, todas, y las feministas, también ser leídas por varones? Ser leídas, nombradas, vistas por ellos, sí, que se comprometan también)-. Quizás pienses y puedas criticar al sistema judicial, ver cómo se vive en las cárceles, ciertos contextos que están lejos de las pantallas de Netflix.
Cada época tiene sus males, sus problemas y pensar que algunos son peores que los otros, es generalizar. Quizás sí, antes había otros problemas. Hoy, en otros lugares hay otros problemas. Hay mujeres que aún no pueden votar, que no pueden salir sin taparse la cabeza, hay niñas pariendo, hay trabajo sexual infantil a plena luz del día. Sí, en muchos lugares es peor. Pero acá también pasan cosas de las que nos podemos, en principio, hacer eco (y después vemos qué hacemos).
Siento que hay un llamado en este libro, una vuelta a. ¿Será, quizás, por la coyuntura que estamos atravesando? ¿Por el negacionismo de las derechas, el ninguneo de los libertarios? ¿Por qué ayer encontraron a tres pibas asesinadas?
El prólogo, escrito exquisitamente por la gran Margaret Atwood, dice que “El Estado confisca los cuerpos femeninos para bienes públicos”. Y sí: Belén fue un cuerpo que había que disciplinar. Atwood refiere a Gilead – el lugar mágico que pensó para su historia de El cuento de la criada- en relación a nuestro sistema: no tan violento, no tan extremo pero con ciertos ápices de semejanza.
De la lectura de Somos Belén – vuelvo al cartelito de Dolores, el título que habla de un colectivo, de una lucha mayor que la propia: Belén somos todas- me queda el compañerismo que podes encontrar aún en gente que recién te conoce; en la soledad que podes sentir cuando el mundo se te viene abajo; en las ilusiones que genera la esperanza – cuando Belén se dedica a la cocina en la cárcel, o cuando comienza a aprender sobre telas, es un querer ir hacia adelante, es una esperanza a la que se aspira-; en lo mucho que podes hacer si hablas y pedís ayuda; en las acciones desinteresadas de lxs que pueden hacer algo; en la espera y la paciencia; en lo que se puede motorizar en colectivo. Y también esta sensación: que hay cosas peores que las que conozco (que a mi también me pasaron cosas por ser mujer, otras, distintas, o parecidas, pero este reflejo de “hay gente que la pasó peor” está; hay lugares donde se está muy solx).
Hay un todo inalterable: una mujer acusada injustamente por un crimen que no cometió, un sistema desigual y patriarcal, una reparación en manos de compañeras. Y de buenas samaritanas/os, por qué no. Hay una crítica, principalmente, que no nace de una opinión sino de mostrar una realidad. Hay fundamentos. Una de las cosas que me gustan del Derecho es que los hechos se tienen que probar: Belén comprueba que la esperanza es un horizonte y que el nadie se salva solo/a – sí, perdón, pero estaba al caer- es posible.
[1] Texto de no ficción.
[2] Este lema nació a fines de 1960 desde el Women’s Liberation Movement (Movimiento de Liberación de la Mujer) y se popularizó en los ‘70 tras publicarse un ensayo así titulado, de la periodista y activista estadounidense Carol Hanisch. Sin embargo, ha superado toda barrera de autoría y hoy se utiliza de forma popular por movimientos feministas y afines.