Diario del dinero de Rosario Bléfari

“Yo anotaba mis gastos y también lo que había ganado, pero eran columnas de números que pocas veces volvía a consultar y que cuando lo hacía no entendía qué significaban”, dice Rosario Bléfari para adentrarnos en la lectura de Diario del dinero. Un texto anudado en el desorden del tiempo (“como si un viento hubiese entrado por la ventana y volado las hojas”) que abarca desde la década del ’80 hasta el 2019, y que fue publicado por la editorial Mansalva apenas unos pocos días después de su fallecimiento, en julio de 2020.

Además de ser escritora, Rosario dedicó gran parte de su vida a la música y a la actuación. Comenzó en la década del ´90 siendo la voz cantante de Suárez, para luego aventurarse en su carrera solista y, más tarde, dar origen a las bandas Sué Mon Mont y Los Mundos Posibles. En paralelo, protagonizó un puñado de películas entre las que se destacan la entrañable Silvia Prieto (1999), Los dueños (2013), La idea de un lago (2016) y la más reciente Planta permanente (2019), retrato del deterioro de las condiciones laborales durante el macrismo.

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Rosario hace foco en la transversalidad del dinero en la vida cotidiana, y si bien lo presenta como el gran articulador de estos diarios, ella misma nos advierte que en esas primeras entradas de la década del ’80 -que muestran un costado más introspectivo y existencial- su interés no estaba puesto allí. Más bien parece haber sido una intencionalidad que fue apareciendo con el paso de los años, como un criterio que le imprime organicidad a un registro heterogéneo construido a lo largo de casi cuatro décadas.

La textura de su escritura –lo que realmente sobresale, lo que se vuelve cuerpo- nos lleva al universo de lo sensible, de las emociones, de la poesía. Rosario teje una diversidad de tonos y sentidos en los que nos sumerge con tal profundidad que logra hacernos parte de la escena. Hay un ritmo que atraviesa todo el texto, que nos traslada armónicamente de una década a la otra, de un clima al otro, de una emoción a la otra, sin sobresaltos.

En el centro del relato están los proyectos, los deseos, las cosas mundanas: los momentos compartidos con su hija (también actriz) -la ocurrencia de armarse una “camita con cartones” para dormir en el suelo, mientras la acompaña durante el rodaje de una película-, los meses de embarazo, los ensayos con las bandas, las enfermedades propias y ajenas, la vida-vivida con su compañero, la siempre inagotable fuente de experiencias que supone tomar un café en un bar y observar a quienes están en la mesa de al lado.

Hay también un rastro de melancolía como telón de fondo de casi todas las cosas, en donde resuena una especie de influencia pizarnikiana: “Siento que todo de golpe está en el pasado. Es decir, no está en ninguna parte”; “tengo una sensación apacible de final, como si ya estuviera todo hecho lo que yo puedo hacer”; “fui despedida del mundo como el cartucho de una bala perdida”; “mi herida viene de ver todo lo que no soy yo, vuelto contra mí, en ella”; “qué nuevo fue el mar ese otro día cuando busqué, entre tantas, la casa de tu nombre”. Es recurrente la mención a músicos/as y escritores/as. En un pasaje en el que se imagina conociendo a Virginia Woolf, se pregunta: “¿Quién podría haber sido yo en esa Inglaterra? La hija de su cocinera, por ejemplo”.

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Rosario escribe cifras, hace literatura con ellas. Página tras página el dinero se presenta como posibilitador y como obstáculo. Sin recurrir nunca a la solemnidad, relata la intermitencia de su actividad laboral, las dificultades que supone no tener una estabilidad económica en el mundo del arte, la espera para cobrar trabajos atrasados que le servirán para saldar deudas pendientes. Sumado a un registro minucioso de cuánto gasta en los mandados, cuánto salen los útiles escolares para su hija, cuánto le falta para llegar a pagar el alquiler, cuánto dinero le prestaron, cuánto dinero prestó, cuánto cuesta el café que se toma en el bar mientras espera a un alumno al que le da clases de guitarra. Esa insistencia, esa aparición constante de los números concretos, termina por generar algo de desconcierto: ¿cuál es el sentido detrás de esa enumeración detallada del monto variable de sus ingresos, del costo de cada cosa que consume, de cada gasto que se avecina? Lo que nos lleva al interrogante que atraviesa todo el texto y que hacemos propio: ¿qué lugar ocupa el dinero en nuestro trayecto de vida, en la concreción de nuestros proyectos, en nuestros vínculos?

Diario del dinero nombra a viva voz un aspecto que, en apariencia, pertenece al orden de lo privado. Hay en esa revelación -en el devenir de lo privado hacia lo público- una fortaleza conceptual: mostrar la función del dinero como materialización simbólica de relaciones sociales atravesadas por la lógica del mercado, con una calidez que remite a un registro vivencial, de cercanía. Lejos de cualquier pretensión analítica, nos habla del carácter omnipresente de las leyes del mercado que se erigen como un dios (el dios dinero) al que, al final de cuentas, Rosario parece hacerle burla.

Por Mariana Sorgentini