Deolinda, campesina indígena del Pueblo Originario Vilela, es militante del Mocase –Movimiento Campesino de Santiago del Estero– y del Movimiento Nacional Campesino Indígena – CLOC Vía Campesina Argentina, y se destaca por su lucha por la tierra, por la producción de alimentos sanos y por defender otras formas de vivir en armonía con la naturaleza.

Debido a su recorrido como militante así como por su paso por la gestión pública como Directora de Igualdad y Género en el Instituto Nacional de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena, entre otras dimensiones y facetas de su vida, Deolinda nos lleva a preguntarnos sobre la relación entre la ruralidad y el movimiento feminista, sobre la defensa de los territorios en contra del agronegocio, sobre la actualidad nacional y su impacto sobre la agricultura familiar que resiste.

Nos recibió en la UNSAM, en el marco del encuentro Internacional Migrantes, donde dialogamos sobre la importancia de apostar a la agroecología, el rol del Estado, el feminismo, y sobre cómo resistir en un contexto neoliberal que nos asfixia cada vez más.

(podes ver la filmación de la entrevista completa haciendo click aquí)

Otro Viento: En un contexto neoliberal con un capitalismo que cala fuertemente en el extractivismo:¿Qué importancia tiene apostar a la agroecología?¿Qué es la soberanía alimentaria?

Deolinda: Lo primero que hay que decir es que desde las comunidades campesinas, las comunidades indígenas, sostenemos y hemos sostenido una práctica de producción que no solamente tiene que ver con la relación con la tierra, sino con una forma y una identidad de vida. En ese sentido, los sistemas productivos basados en la agroecología, que es un nombre que viene resonando en los distintos territorios, representan la fuerza que tienen estas experiencias a lo largo y ancho de nuestra América Latina.

Estos sistemas de producción y vida han resistido justamente a estas políticas neoliberales que desde los años ‘90 hemos tenido, como por ejemplo, las políticas que se sancionan a partir de tratados de libre comercio y los acuerdos que la Organización Mundial del Comercio hace para con los países y que han perjudicando a todos estos sistemas. Apostar, en estos tiempos, es seguir sosteniendo a esos sistemas y lograr multiplicarlos, con el objetivo de defender la tierra, donde la vida coexiste con la producción.

Después, por otro lado, están las otras realidades de las familias que tienen que alquilar un pedazo de tierra para poder producir. Esos son para nosotros los que más afectados fuertemente van a estar sin el apoyo del Estado, sin políticas que permitan atender a la crisis climática que les provoca la pérdida de la producción, y los arrastra a la pérdida de los ingresos que la familia misma realiza sin patrón.

Estos ingresos se generan mediante una lógica de producir alimentos sanos, variados y accesibles para el pueblo y de eso, justamente, se trata también la soberanía alimentaria, no es comer, llenarme la panza y simplemente eso, sino que es de dónde proviene lo que consumo, de quién produce, cómo se produjo, etc.

La soberanía alimentaria no es solamente un principio político que ha ido semillando a lo largo de nuestra América Latina y el mundo, sino que tiene que ver con la voz, la potencia y la resistencia de esos pueblos, desde los trashumantes, pasando por los crianceros hasta los que producen carne bajo su propia forma de vida, en territorios distintos. Hablamos aquí de lugares semi-áridos, hablamos de llanuras, hablamos de selva. Por ahí a veces nos pasa de que pensamos a la agroecología como algo único, pero sabemos que no es lo mismo un sistema donde hay mucha abundancia de agua para la producción que un sistema donde pasan dos años sin lluvia.

En eso radica la riqueza del concepto de la agroecología. Tenemos agroecología con riego, agroecología de secano y creo hay que valorarla desde cada territorio y seguir empujando la resistencia. La misma lucha de los pueblos es la que nos ha llevado a poner en las instancias donde se resuelven y definen las políticas a que se incorpore a la agroecología, la producción campesina indígena y a la pesca artesanal desde las perspectivas de los sujetos productivos, que son los protagonistas dentro de estos sistemas.

OV: Recién mencionaste un concepto “semillando» y te queremos preguntar ¿por qué es importante proteger las semillas ante la amenaza de que sean patentadas y privatizadas?

Deolinda: Tanto la semillas para la producción de verduras como las semillas de plantas ornamentales y las semillas de las plantas nativas son importantes y necesarias para la producción agroecológica. Por esa razón, en el año 2013, distintas organizaciones populares habíamos generado la capacidad organizativa para frenar las modificaciones que se querían introducir en la ley de semillas (Ley Nº 20.247).

Existia también un contexto político que nos permitía tener ese diálogo y acceder a plantar nuestra postura de lo significaba patentar las semillas: equivalía a criminalizar a quienes venimos reproduciendo las semillas y a poner en riesgo a todas las variedades que se pierden, no solo por los desplazamientos forzosos o el cambio climático, sino también por la fumigaciones de aquellas producciones que están muy próximas a monocultivos donde se tiran dos, cuatro, o más venenos tóxicos, que están prohibidos en Europa pero que aquí se utilizan.

Hace unos días anunciaron (desde el gobierno) que van a bajar el costo para la importación de agrotóxicos y eso implica mayores riesgos, no solo para la producción sino para la salud de nuestras familias y para el ambiente. Decisiones así impactan directamente en la contaminación de las aguas, del aire, de la tierra y por eso, hasta el día de hoy, vemos la fuerza de organizaciones como las Madres del Barrio Ituzaingó de Córdoba así cómo de otro montón de pueblos fumigados que se han puesto como objetivo denunciar los efectos sobre la salud de los agrotóxicos, pueblos donde hay cada vez más casos cáncer en niños y adultos.

Esta situación nos lleva a abrir nuevamente la discusión en la región de este Tratado de Libre Comercio Mercosur-Unión Europea, que nos va a llevar a profundizar todas estas consecuencias negativas para el pueblo campesino, para los pueblos que viven de la tierra, y para la sociedad en general. Son las grandes transnacionales que siguen acaparando desde la tierra hasta las semillas, las que siguen presionando para la firma del tratado. Sin embargo, ante eso, seguimos resistiendo, pese a los desplazamientos forzosos, pese a la justicia que sigue haciendo oídos sordos y pese a las consecuencias que implican muchas veces para la vida de los y las compañeras que defienden su territorio.

Este último 5 de abril (de 2024) han asesinado a un compañero en Santiago del Estero y este caso se suma a situaciones que se están dando en La Rioja, en el Chaco, en Salta, en Jujuy y prácticamente en todo el territorio donde todavía sigue estando ese tejido social comunitario y resistencia.

OV: ¿Cómo fue para vos dar el paso desde tu militancia en el MOCASE a ser la Directora de Género e Igualdad de la Secretaría de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena (SAFCI) del Ministerio de Agricultura de la Nación entre 2021 y 2023?

Deolinda: Los espacios donde se administran políticas públicas orientadas a fortalecer la producción, la formación y el acompañamiento técnico tienen un antecedente que es el Programa Social Agropecuario desde los años ‘90, después ha ido transformándose y ampliando, fue la Subsecretaría de Agricultura Familiar durante los años 2000, luego Secretaria de Agricultura Familiar hasta llegar a la conformación del INAFCI (Instituto Nacional de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena).

Con esta gestión era la primera vez que había una Dirección de Género e Igualdad y eso ha tenido un gran impacto a nivel interno, tanto a la hora de definir los presupuestos como la dirección de las políticas, etc. Hay que tener en cuenta que yo tenía un mandato al llegar ahí, asumir no fue una decisión a solas sino que fue parte de una discusión colectiva de poner el cuerpo ahí.

Al llegar ya traía un cúmulo de situaciones de desigualdad que vivíamos en los territorios y sobre la necesidad de acompañar a familias y comunidades que tenían conflictos territoriales. Desde los 18 años milité junto a compañeros y compañeras que empezaron en los años ‘90 a resistir los desalojos silenciosos que había en Santiago del Estero.

Después de compartir por varias provincias estas experiencias, hemos construido el Movimiento Nacional Campesino Indígena y hemos participado en la formación del espacio internacional de la CLOC Vía Campesina. Nutrida de todas esas experiencias, de esos saberes y sabiendo de que existe una amplia brecha de desigualdad entre varones y mujeres, la idea era intentar colocar propuestas en este sentido.

Uno de los planes más positivos que hemos tenido fue el Plan Integral “En Nuestras Manos”, dirigido para mujeres de la agricultura familiar campesina e indígena, desde donde han surgido proyectos para que mujeres pudieran adquirir maquinarias, herramientas, tecnologías. Esto permitió mejorar su producción, para que puedan comercializar, para que tuvieran también asistencia técnica para las cuestiones de sanidad, y eso nos ha demandado una articulación con otras áreas, como el SENASA, el INTA y el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, incluso hemos empezado a analizar cuántas horas las mujeres de la ruralidad le destinaban a la producción y cuánto a otras tareas, aunque lamentablemente no pudimos concluirlo.

Hay mucho para seguir haciendo en términos de estadísticas desde estas áreas institucionales porque no hay información para que pudiéramos complementar a la hora de dialogar con el FIDA (Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola) que era el organismo que otorgaba el financiamiento internacional para estos programas.

Nuestro objetivo era principalmente poder dar cuenta de las horas de trabajo de las mujeres en la ruralidad: cuánto destinaban a la producción, cuánto al cuidado de una casa, cuánto a la educación de sus hijos y cuánto al cuidado del territorio; también saber las condiciones en lo que lo hacían, cuántas habían ido a una escuela primaria, cuántas a la secundaria y si alguna había alcanzado algún estudio universitario.

Atravesada por esa realidad y por la experiencia, hemos intentado colocar esas discusiones en estos espacios burocráticos, que si lo miramos de nuestro territorio, son lógicas que nosotros no hemos construido, porque de haberlo hecho no les habríamos pedido tanto papeles a las mujeres para que puedan tener una maquinaria o rehacer tantas veces los presupuestos… En fin, una locura, que a veces quienes están detrás de esos trabajos técnicos de oficina no dimensionan lo que en los territorios significa trasladarse en una zona rural caminando o en transporte público para poder llegar a una ciudad y acceder a internet o sacar una fotocopia.

Por eso, se hizo un gran esfuerzo para cambiar o mejorar estas cuestiones, esfuerzo que contó con el compromiso de más de 900 trabajadores territoriales a nivel nacional, y que permitió el acceso a muchas mujeres a este financiamiento, lo que generó que se refuerce el rol de ellas en sus comunidades.

Esto les permitió volver a soñar, a encontrarse y pensar que era posible tener en sus propias manos una rastra, un tractor, incluso, a veces, algunos técnicos nos decían que los tractores tenían que ser para varones y eso era así porque la lógica de las políticas públicas siempre fue esa. Nuestra idea fue cuestionar eso y ampliar el acceso de las mujeres a políticas públicas, teniendo en cuenta que las mujeres son quienes garantizan muchos trabajos dentro del núcleo familiar. Por estas cosas digo que, esta experiencia en la Dirección, ha tenido sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas, pero que es una experiencia al fin que al espacio organizativo también le sirve para tamizar eso y seguir.

En este contexto, estamos viendo nuevamente un desmantelamiento de esas políticas, de hecho el instituto (INAFCI) está actualmente intervenido a la que todavía están en la gestión, se le ha pedido su renuncia y por tanto quedan los trabajadores y las trabajadoras también pendientes de esa amenaza que tienen de ser despedidos.

Hay trabajadores con más de 15, 20 años de trabajo y es muy angustiante, no solo para todos ellos que es su fuente laboral, sino una desprotección también en lo territorial para estas comunidades que de repente no van a estar más acompañadas por el INAFCI.

OV: ¿Cuál es el rol de la lucha campesina en el movimiento feminista? ¿Cómo se piensa la ruralidad desde los feminismos?

Deolinda: Nosotros desde el inicio de nuestra organización tanto local como nacional, hemos tenido siempre como uno de los principios políticos la paridad de género. Creemos que los sujetos protagonistas, los campesinos y campesinas, históricamente desde la conformación de este Estado Nación han sido reprimidos y esclavizados.

Además del desgarro del tejido social, los pueblos debieron recuperar esa memoria histórica, recuperar el autoestima para poder decir la palabra para poder hacer nuestras acciones. Por ejemplo, si tenemos problemas de educación, pensamos en cómo podemos solucionarlo o afrontarlo. Por eso en el 2007 construimos la escuela de Agroecología a la que van jóvenes que no acceden al secundario pero que están ahí siendo la semilla de aquellos compañeros y compañeras que han soñado ese espacio. Y nosotras hemos trabajado haciendo nuestros encuentros de mujeres, nuestras asambleas de mujeres a nivel nacional, latinoamericana y en donde nos íbamos nutriendo la discusión sobre el feminismo ha tensionado.

Fuimos desarmando con nuestras compañeras la demonización del feminismo, que no es una competencia de las mujeres para que sean más que los varones, sino ver que hay una brecha de desigualdad en todo y ese problema tenemos que discutirlo entre todos para ver cómo construimos un buen vivir.

Cuando empezaba a discutirse en el seno de la organización en el año 2010, las compañeras de todos los paises decian “sin feminismo, no hay socialismo”, porque es principio de la organización, ser anticapitalista, anticolonialista y le faltaba colocar la idea de antipatriarcal. Se tuvo que modificar la Carta Orgánica, haciendo la discusión a través de ese trabajo que hemos hecho colectivamente y avanzamos.

En el 2013 haciendo un congreso sobre agricultura había en el panel puros varones y entonces las mujeres hemos hecho una protesta, veníamos discutiendo la paridad de género, veníamos planteando estas acuerdos y volvimos a traer la discusión del género: somos igual tiene que haber en el panel dos mujeres y dos varones.

Muchas veces no se trata solo de cupos en los espacios públicos, sino también en los espacios territoriales entre las compañeras y los compañeros, las infancia, es todo un espiral. Con estas incomodidades hemos tenido que tener la fuerza y la fortaleza para poder sostener nuestra posición. La violencia patriarcal, la violencia machista no se ve solamente si habla el varón o no, también ocurren situaciones de violencia verbal, psicológica, etc.

Y así fuimos construyendo nuestro feminismo, con nuestra identidad donde partimos de la tierra, de la producción campesina, de la producción de alimentos, del cuidado de nuestros animales y parte de la comunidad. Por eso caracterizamos al feminismo campesino, indígena, comunitario y revolucionario. El grito de hoy es ”con feminismo hay socialismo”. Y bueno ya es otra discusión sobre qué socialismo queremos. Tiene que ser un socialismo que parta de lo popular y de lo comunitario.

OV: ¿Qué rol ejercen los medios masivos de comunicación cuando abordan los conflictos territoriales?

Deolinda: Los medios hegemónicos construyen las noticias refiriéndose a nosotros como parte del obstáculo para el progreso. Hay una demonización permanente, aliados con el Poder Judicial para criminalizar. Hemos podido construir alianza con otros actores sociales y logramos construir la Declaración de los campesinos y personas que vivan en la zonas rurales, llegando a las Organizaciones Unidas. Justo tuvimos la mala suerte de que este el macrismo y el Estado argentino no adhirió. Hubiese sido una herramienta más para poder frenar esa ola de violencia contra las diversas sociedades rurales.

Que los medios hegemónicos deconstruyan esa mirada es como pedir peras al olmo, pero a nivel nacional avanzamos con la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual en la construcción de un protocolo para los medios de comunicación (televisivos, radiales) para el abordaje de las noticias. Nosotros queremos que nos llamen y no solo salir en las noticias cuando hay un conflicto, porque es ahí cuando aparecemos como que destruimos la propiedad privada, o que cortamos rutas porque somos unos “vagos”.

El movimiento pudo construir una herramienta propia, que son las radios comunitarias ahora vamos a cumplir 21 años, donde fue la primera radio instalada. En el 2013 con la Secretaría de Agricultura logramos tener un programa para equipar formar y equipar y además instalar las radios. Fueron experiencias positivas instalar radios comunitarias tanto Neuquen, Misiones, Jujuy que después formaron aportes de redes de medios alternativos y populares.

En el 2017 y 2018 logramos hacer un encuentro nacional de estos medios y articular así para contrarrestar lo que los medios hegemónicos quieren imponer cuando nos violentan. Es nuestra tarea también disputar el sentido y con esas herramientas y con nuestra formación política permanente es romper el cerco mediático.

OV: Por último, queríamos preguntarte: ¿cómo se resiste a esta ola de violencia producto de una política neoliberal?

Deolinda: Pregunta difícil, cómo se resiste a todo creo que no hay una receta. Las experiencia que venimos teniendo, son muchas, para algunos son más de 500 años, otros son menos. Lo que ha conseguido hacer fuerza es organizarse, unirse y tener la claridad de qué es lo que queremos. Será una lucha permanente.

Hay una fragmentación también en nuestra sociedad, tenemos que tener la capacidad de rearmarnos para poder dar esta pelea, porque si no nos van a pasar por encima. No son solo 40 años de democracia, hay muchos valores que están en juego.