Hallar la verdad en la muerte. Muere el cuerpo, la carne, la materia. Lo que no muere es el espíritu.

Pero ¿qué hay de los muertos en vida, del espíritu fugado, del espíritu a la deriva? ¿Y de la angustia cuando se instala en casa largos ratos? Yo a veces le digo: andate, a veces la abrazo, otras la ignoro como si no estuviera, siempre le sirvo agua, algunas veces la cubro con paños de agua fría y largas siestas. 

Trabajar. Tomar un mate. Llorar. Secar las lágrimas. Tomar otro mate. Volver a trabajar. Abrazarnos con las amigas. 

Jurarnos. Convencernos. Auto convencernos que lo que no debe morir es el espíritu. Que al espíritu le dan por todos lados, sí. Lo quieren debilitar. Pero el espíritu sigue ahí. Resiste. Se resiste a morir, a ser olvidado, nos habla aunque no lo queramos escuchar. 

Y me repito a diario: Que no muera el espíritu hermana. Que no nos maten la alegría. Y como toda criatura, el espíritu necesita alimentarse; de risas, de abrazos, de alimentos ricos y sanos, de rituales, de ofrendas, de placeres, de silencios, de buenos sueños, de caminar porque sí, de salir al sol, del buen pensamiento, de gatitxs ronronerxs y perritxs besuqueros, de abrirse al servicio de colaborar con otros espíritus que anden flaqueando y necesitado vibrar en red, de volar libre, de aullar a la Luna. El espíritu necesita libertad de ser y estar en su justo y sano equilibrio. Lo espiritual siempre es político.

Y en nuestra hoguera rebelde arde la moral judeocristiana, la positividad tóxica, arde la desventura del patito feo, arden los iluminatis, los que en nombre de la paz se ubican del lado del opresor. Los indiferentes. Y en nuestras hogueras sabemos muy bien que todo fuego es político. 

No permitir que nos quiten el derecho a los duelos. Ningún disfraz. 

-Ningún deber ser. Sólo espíritu-

 

Ilustra @cheiiilis