Resulta que el auto empezó a hacer un ruido raro, cuestión que lo tuve que llevar al mecánico. Como ya sabemos, el taller mecánico es un ámbito machista por excelencia, pero no me quedaba otra que ir. 

Me esperaban con cuchillo y tenedor: «A ver, ¿sabés abrir el capot? ¿Vos manejas este auto?». Yo claramente entré con una postura defensiva y le dije que sí, aunque en el fondo estaba rogando poder abrirlo… ¡y pude!. 

A lo que me empieza a explicar qué es lo que tiene el auto, me dice que las pastillas de freno están gastadas y que no podía seguir usando el auto así, que ya era tarde y él no podía hacer nada. 

Lo miré, le pedí que me explique de qué se trataba lo de las pastillas, porque yo creía que estaban al lado del motor, pero también me ofrecí a ir a comprar el repuesto.

Mientras puteaba por lo bajo, «el turco» empezó a desarmar y poner y sacar cosas, de a poquito se empezó a soltar, me contó que se separó tres veces «porque quería ser feliz», que está preocupado porque fuma mucho. 

Yo le conté sobre mi trabajo, sobre cómo crío a mis hijxs, en fin, nos reímos mucho y me terminó diciendo «me gusta más la versión de la mujer de ahora». 

Yo pensaba en que yo primero fui con miedo, él estaba con una postura canchera pero finalmente, qué fácil es todo cuando se deja de responder al mandato de la masculinidad, por mi parte, aprendí más sobre mecánica y a:

-pisarle los frenos al patriarcado- 

Texto: Agus Bórmida

Ilustración: Cheiliis