Scrolleando en Instagram apareció un video de una influencer diciendo que “ser feliz depende de vos” acompañado de algún que otro tip para “lograr esa felicidad” Pero, ¿es así de fácil? ¿Seguimos esos pasos que me dice alguien que me crucé en redes? ¿Es la salud mental algo individual? ¿Y qué hay de lo colectivo, del contexto?

Para reflexionar sobre estos interrogantes y algunos otros que se abrieron, charlamos con Bruno Colantoni, Licenciado en Psicología de la UNLP.

Otro Viento: Vemos que en la actualidad hay muches influencers que dan consejos sobre cómo “ser feliz”, pero siempre desde un lugar individualista. Siendo personas con llegada masiva, ¿cómo crees que afecta esta idea de “neguemos nuestros problemas (ansiedad ante la situación política/económica, falta de trabajo, dificultades para llegar a fin de mes, etc.) y tengamos actitud positiva”?

Bruno: En principio, concuerdo, es cierto que hay muchos influencers dando vueltas por ahí, dando consejos. Como bien dicen, en torno a esta cuestión de ser feliz, ellos lo suelen plantear desde un lugar individualista. Entonces, ahí, podríamos preguntarnos qué sería ser feliz, y si eso es una cuestión exclusivamente individual.

A mí en particular lo que me interesa y sobre lo que he investigado son estas figuras, estas personas, que combinan dos posiciones: por un lado, ser influencers y por otro, ser científicos, o, que en muchos casos, han llegado a ser influencers a través de la divulgación de sus trabajos científicos. Un gran ejemplo de esto, que quizás en la Argentina no es tan conocido como en otras partes del mundo, es un neurobiólogo, un neurocientífico de la Universidad de Stanford en los Estados Unidos, que se llama Andrew Huberman, que se hizo famoso por su podcast, Huberman Lab.

En este podcast, que es uno de los más escuchados en todo el mundo en la categoría de salud y fitness, Huberman entrevista a muchas personas, expertas en sus campos, sobre temas muy variados y que muchas veces terminan tomando la forma de “tips sobre cómo vivir mejor”, “cómo maximizar la productividad”, etc., supuestamente fundamentados en la neurociencia. Luego, se publican estos tips para su difusión desde su cuenta de Instagram.

OV: ¿Y qué efectos tiene la difusión de este tipo de influencers y sus contenidos?

Bruno: Estos tipos de influencers tienen llegada masiva a la gente y producen efectos de poder, si pensamos al poder desde un punto de vista foucaultiano. La promoción de este tipo de discursos “fundamentados en la ciencia”, inevitablemente y más allá de la buena o mala voluntad de la persona que los produce y reproduce, genera efectos en las audiencias.

Por ejemplo, pueden influir sobre las perspectivas que utilizamos para conceptualizar y concebir nuestra propia existencia como seres humanos, es decir, cómo se conciben a sí mismas las personas, más aún cuando se presentan estos discursos con ropaje científico. De esta forma, a nivel micro, lo podemos ver en mucha gente que se nombra o se define a sí misma a partir de categorías diagnósticas propias de un campo disciplinar, como por ejemplo, ‘soy autista’ o ‘tengo TDAH’ (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), ‘tengo ansiedad’, ‘estoy deprimido’, toda esta idea de lo neurodivergente que tanto se escucha hoy en día.

A nivel macro, también estos discursos terminan influyendo sobre, por ejemplo, las construcciones de políticas públicas con respecto a la salud. O también sobre lo que merece ser estudiado y lo que no, porque, si empezamos a pensar que todo lo que nos pasa, todo lo bueno y lo malo de lo humano, pasa única y exclusivamente por el cerebro, bueno, quizás no sea tan importante implementar políticas públicas que vayan en pos de la construcción de redes colectivas, de buscar formas más comunitarias para darle respuestas a las problemáticas de salud. Y lo que se invierte en la actividad académica investigativa se va a destinar a eso, a estudios sobre el cerebro, que es lo que pasa en, yo diría la mayor parte del mundo, donde vemos que en las últimas décadas se multiplicaron exponencialmente los estudios sobre el cerebro.

En síntesis, lo que me interesa pensar sobre estos discursos, no es si están bien o mal, no es la idea hacer moralismo, pero sí pensar en los efectos que pueden tener estos ejercicios de poder y las funciones que cumplen, ya sean funciones ideológicas, funciones subjetivantes, funciones políticas, etc.

OV: Entendemos que a esto que planteas se le suma que son discursos individualistas…

Bruno: Claro, muchas de estas perspectivas como, por ejemplo, la neurociencia o la psicología positiva, como ustedes bien lo plantean, terminan cayendo en un individualismo muy fuerte. Ya sea queriendo o no queriendo, implícita o explícitamente, ingenua o cínicamente, se fomenta esa concepción del ser humano como un individuo aislado o que actúa aisladamente, y las intervenciones o los consejos se aplican sobre el individuo y, entonces, pareciera que en última instancia lo social es el conjunto de estos individuos.

OV: ¿A qué te referís con psicología positiva?

Bruno:Es una rama de la psicología, que se presenta como científica, fundada por Martin Seligman, un psicólogo estadounidense, que, para decirlo de la manera más simple, se interesa por estudiar la felicidad y se opone a la psicología ‘tradicional’. Él dice que esta última se limita a buscar formas de disminuir el padecimiento y que no tiene en cuenta cómo ayudar a las personas ‘libres’ que ‘no están sufriendo’ a ‘florecer’.

Existen dos charlas de él muy interesantes en YouTube, que fueron dadas en Argentina. Una, cuando recibe el premio de Doctor Honoris Causa por la Universidad Siglo 21 y la segunda es una entrevista para La Nación. Lo particular de Seligman, es que, de forma bastante osada o más bien dudosa desde un punto de vista científico, dice que, en función de sus estudios, ha inventado la fórmula de la felicidad.

Según esta fórmula, la felicidad depende de tres factores: (1) la herencia genética, que es un rango fijo, serían como las características que traemos en los genes y que no se pueden modificar; (2) el contexto social y geográfico, o sea, donde naciste, dónde vivís, con quién te relacionas; y, por último, (3) la voluntad de la persona. El punto es que estos factores, según los desarrollos de la psicología positiva, no influyen sobre la felicidad de la misma forma, sino que les corresponden distintos porcentajes.

OV: ¿Y cómo son esos porcentajes?

Bruno: Para esta disciplina, los factores genéticos implican un 50%, de forma que la mitad por así decir de nuestra felicidad depende ya de por sí de factores genéticos, que son básicamente inmodificables. Después, el factor de la voluntad, o sea, las actividades intencionadas que dependen de la persona, tienen un peso del 40%, en otras palabras, según esta disciplina, por ejemplo, si cambiamos nuestra manera de pensar y de actuar, tendríamos la posibilidad de ser un 40% más felices. Y, por último, con un peso del 10%, nuestra felicidad está determinada por situaciones y sucesos externos de la vida, es decir, lo social y las contingencias de la vida se ubicarían ahí.

Las condiciones de vida de una persona entrarían en esta última categoría. Entonces, ahí el mensaje ideológico que nos traería la psicología positiva es que lo único que merece nuestra atención son nuestras actividades individuales intencionales, la forma de pensarnos y de actuar, ya que implican un gran porcentaje de nuestra felicidad y son modificables. El resto de esta felicidad estaría determinada por factores genéticos inmodificables y por situaciones y condiciones externas al individuo, que las presentan como muy difíciles de cambiar.

En función de esto es que podemos ver cómo la psicología positiva u otras perspectivas que nos hablan de recetas para la felicidad o que te explican cómo pensar o actuar para ser feliz, terminan poniendo el enfoque total sobre el individuo, amputando o intentando ocultar la dimensión social o colectiva constitutiva del ser humano. Además, ejercen una idea muy individualizante del sufrimiento humano o la individualización de la responsabilidad de ser feliz.

A este análisis le agrego una perspectiva que la pienso desde un concepto que sistematizó el propio Martín Seligman cuando era joven, que se llama ‘indefensión aprendida’. Esta sería, más o menos, un estado en el que entra la persona tras experimentar repetidamente situaciones negativas incontrolables, lo que la lleva a creer que no puede hacer nada para cambiar su situación, incluso cuando sí puede.

Entonces, desde esta perspectiva, yo me pregunto si la psicología positiva, o los efectos de poder que puede llegar a tener, no está promoviendo este estado de indefensión aprendida a escala masiva. Porque, si casi la mitad de tu felicidad depende de vos y de tus formas de pensar en tu individualidad, te conviene enfocarte en eso que es lo que podés cambiar, y olvidarte del resto, de lo social y las condiciones en las que desarrollas tu vida, porque eso no se puede modificar o es muy difícil de modificar o incluso no vale la pena tratar de cambiar algo de eso, porque no trae la felicidad.

OV: El mensaje parece bastante claro, con solo pensar o actuar distinto, desde mi lugar individual, puedo ser feliz. No es culpa de determinadas políticas públicas, o de determinados gobiernos o actores que condicionan políticas, no importan mis finanzas, si tengo derechos en mi trabajo o de si me atrevo a faltar un día no cobro, sino que puedo ser feliz si yo quiero serlo, no importa luchar por cambiar algo de la realidad, no importa lo social, eso no trae la felicidad…

Bruno: Justamente estas perspectivas conllevan dentro de sus mensajes efectos de neutralización de la potencia colectiva, o sea, de la potencia de la lucha, de la organización, de la resistencia, de la protesta social, para generar cambios concretos en las condiciones de vida de los habitantes de un país.

Hay países por donde circulan estos mensajes donde no es tan fuerte o prominente la protesta social, pero en nuestro país con la historia que tenemos creo que sabemos reconocer y valorar la potencia de la protesta social para producir cambios concretos en las condiciones de vida de las personas o para producir cambios en el Estado o en un gobierno que pretende ejercer su poder político.

OV: Pareciera que estos mensajes van muy de la mano con uno de los ejes del neoliberalismo, que siempre priorizó lo individual por sobre lo colectivo.

Bruno: Es que estos discursos, que tienen una llegada masiva, ya sea porque los promueven los influencers a sus seguidores o por el lado de la validación que le otorga la ciencia a muchos divulgadores, tienen efectos subjetivantes sobre cómo las personas se piensan a sí mismas, sobre cómo se relacionan con los otros, es decir, promueven o sostienen ciertas formas de vivir en sociedad y no otras.

Es que podríamos pensar que estas perspectivas o discursos promueven un individualismo que favorece la adaptación de las personas al sistema neoliberal, el cual si bien principalmente es una lógica o un sistema económico, también sabemos es mucho más que eso. No hay que olvidar la famosa frase de Margaret Thatcher, en una entrevista, cuando dijo que la economía es el método y el objetivo es cambiar el corazón y el alma. Entonces, se podría pensar que uno de los posibles cambios del alma o de las subjetividades es justamente esta promoción que hace la ideología neoliberal del individualismo, que va acompañado con otros valores como la competencia, el egoísmo, la ley del más fuerte, etc.

En esa misma entrevista, Thatcher, justo antes de terminar, dice: “lo que me ha irritado en la dirección de la política en los últimos 30 años es que siempre ha ido en dirección a la sociedad colectiva y la gente ha olvidado la sociedad personal”. Si bien esencialmente la expansión del neoliberalismo fue implementado a través de políticas económicas, ideas como esta contribuyen a la instalación y legitimación de los valores y formas de vida promovidos por la ideología neoliberal y ahí es donde justamente creo que estos discursos de la psicología positiva contribuyen a ese trabajo de adaptación ideológica de las personas.

Estos mensajes no son inocuos, porque si solo algunas formas de pensar e intervenir en el campo de lo humano son legitimadas, justificadas, y financiadas por el Estado y/o por el sector privado y no otras formas, es porque a alguna demanda responden. Es decir, tienen razones históricas de ser y de permanecer, y terminan afectando y justificando nuestras formas actuales de vivir en sociedad. En lo que respecta a políticas de salud, por ejemplo, esto implica que se legitimen y prioricen políticas de corte individualistas por sobre las socio-comunitarias.

OV: ¿Tenes ejemplos de esta priorización de lo individual por sobre lo colectivo en el ámbito de la salud mental en Argentina?

Bruno: Un ejemplo podría ser cómo hace unos años Facundo Manes le decía a la sociedad argentina que las palabras más importantes para reconstruir la nación son ‘resiliencia’ y ‘empatía’. A esto se le suma que, durante el gobierno de María Eugenia Vidal al frente de la Provincia de Buenos Aires, Manes fue nombrado para dirigir la Unidad de Coordinación para el Desarrollo del Capital Mental, un claro ejemplo de la reducción del padecimiento a un enfoque individual.

A la vez, es necesario resaltar lo cruel de esta individualización del sufrimiento, y que la intervención sea promover la resiliencia o desarrollar el capital mental o cognitivo de las personas mientras hay miles de ellas que no acceden a servicios básicos necesarios para el desarrollo de una vida digna. Hacen falta políticas públicas concretas que garanticen el acceso a los derechos para la construcción de esa vida digna y no el reforzamiento individual de las personas para que se puedan adaptar y bancarse un mundo que cada vez más los excluye.

OV: Entonces, según lo que decís, ¿podemos pensar a la salud mental como un problema, muchas veces, colectivo?

Bruno: Sí, definitivamente, se puede pensar a la salud mental como algo colectivo, yo diría que necesariamente. Lo jodido sería no pensarlo así, lo cual es algo que se hace todo el tiempo. Ahí es donde personalmente valoro mucho los desarrollos del psicoanálisis, en particular, del lacaniano.

También me parecen muy valiosos otros desarrollos o enfoques comunitarios que forman parte de nuestra tradición psicológica acá en Argentina, porque todas ellas reconocen que los seres humanos nacemos en la colectividad y porque invierten esta forma individualizante de concebirnos, dado que sostienen que antes que el sujeto está el Otro, están los otros, está el lenguaje, están los lazos sociales que pre-existen a la llegada de cualquier individuo al mundo; de ninguna manera el individuo precede a la colectividad.

Por ejemplo, un bebé, antes de nacer, en el mejor de los casos ya tiene un espacio en el tejido social de ese mundo simbólico que lo antecede, un espacio dado por esos otros que lo esperan, que lo nombran, que le imaginan y desean cosas para su futuro, que le dejan marcas.

Ahora bien, ojo, porque esas cosas también en un futuro son las que pueden traer sufrimiento y padecimiento a las personas, esas marcas que les dejaron, los ideales que pesan sobre sus espaldas. Sin embargo, ese espacio, el lazo social, el tener un lugar en el mundo que siempre es con otros, es lo que hace soportable una vida, lo que más allá de las particularidades y singularidades de los padecimientos psíquicos de cada quien, promueve y favorece la salud mental.

Esto que digo se nota, por ejemplo, en ex-usuarios de hospitales psiquiátricos, que han sido externados y se nota la importancia de ese amparo comunitario o del barrio que los reconoce, que conocen sus particularidades, incluso a veces sus rarezas y que ese amparo social es lo que permite que la gente pueda vivir en la comunidad y no tener que volver a requerir o depender exclusivamente del hospital.

OV: Ahora yéndonos hacia la actualidad, ¿qué recomiendan ustedes como profesionales de la salud mental ante el estrés que se vive por la situación económica y social actual?

Bruno: En principio, le recomiendo a cada persona que ordene su casa y que cada vez que vea un gato en la calle le haga un mimo. Yo sé que parece joda, pero esos son, más o menos parafraseadas, dos de las ‘reglas para vivir’ según Jordan Peterson, un psicólogo canadiense que forma parte del mundo de la autoayuda. Pero, más allá del chiste, trataría de decir algunas cosas más generales, porque tampoco sería muy coherente decir algunos tips, que tampoco los tengo, porque cada quien encuentra sus arreglos más o menos sintomáticos que hacen soportable una vida.

Aun así diría esto de no olvidar la importancia del lazo social, de la que veníamos hablando. La relevancia de tener un lugar en el mundo, que ese mundo es con otros, resaltar la importancia de ser reconocido por los que nos rodean y de reconocer a los otros. Creo que es fundamental cultivar y seguir cultivando los espacios colectivos, los encuentros y las redes comunitarias, particularmente más ahora, en esta época, que se intenta desmantelar todo eso incluso desde el mismo Estado, desde donde se intenta promover uno de los avances del neoliberalismo más feroces que hemos visto.

Quiero agregar, además, dos cosas que son más específicas a nuestra tradición histórica acá en Argentina. La primera, relacionada con la memoria, con su construcción y su transmisión, o sea, sobre la importancia de ejercer la memoria activa, en el sentido de que no es algo que se da por sí mismo. En particular, esto de no olvidar o no subestimar la potencia de la lucha, de la organización, de la resistencia, de las protestas sociales, para generar cambios concretos en la sociedad y en las condiciones de vida de los habitantes, que es algo muy representativo de nuestra historia. Y que por experiencia nos permite poner en cuestión todo lo que habíamos hablado antes sobre la psicología positiva y la renuncia a querer cambiar aspectos sociales de la vida.

Nosotros, como argentinas y argentinos, sí sabemos que los cambios surgen desde las manifestaciones sociales, la gente en la calle, reclamando formas de organización de la sociedad que sean más justas.

Y el otro aspecto de lo argentino que quisiera mencionar lo llamo, para ponerle un nombre, la tradición crítica argentina. Es algo que me fascina, porque habiéndome criado en otros países y, habiendo vuelto acá para estudiar, para formarme, noto en Argentina la importante capacidad para pensar críticamente. Esto, en última instancia, tiene que ver con no tomar las cosas como dadas naturalmente, sino como construcciones históricas sociales, que en el fondo podrían ser de otra forma. Yo supongo que eso en parte debe tener que ver con la calidad y la posibilidad de acceso de muchas personas a la universidad pública. Quizás justamente porque en las universidades se construye esta posibilidad de pensar críticamente es que están sufriendo estos golpes tan fuertes por parte del gobierno.

Creo que el pensamiento crítico, o que, más bien desde un pensamiento crítico, es que podemos construir la posibilidad de pensar que las cosas podrían ser de otra forma. Es una especie de antídoto ante el realismo capitalista que plantea Mark Fisher, que me consta que existe muy concretamente en otros países. Pero nuestra historia y experiencia argentina, nos permite pensar que las cosas pueden ser de otra forma y sabemos que hay maneras y caminos que nos pueden llevar hacia la construcción de una sociedad más justa.

Entonces, para cerrar, y volviendo a estos discursos que parecieran tener respuestas o recetas fáciles e instantáneas para ser feliz, yo diría intentar no caer en el apuro. Quizás en ese espacio donde rápidamente te encajan una respuesta, darse el tiempo para ver si se puede gestar una pregunta. Es decir, introducir un momento de espera en un mundo que pareciera demandar cada vez más inmediatez. Quizás esa pregunta singular pueda orientar la vida por otro camino que no sea el imperativo preestablecido para todos de ‘ser feliz’.