El Consejo Nacional de Ciencia y Técnica (CONICET) ocupa el lugar más alto en lo que refiere a la ciencia y técnica del país e incluso, recientemente, fue galardonada como la mejor institución gubernamental de ciencia de Latinoamérica, sobre un total de setenta instituciones según el Ranking SCImago 2020. Pero, en el seno del organismo se viene arrastrando un reclamo, fruto de los años de macrismo: lxs investigadorxs perdieron, entre noviembre de 2015 y diciembre de 2019, un 49,5% real (descontando la inflación) de su salario. Otro Viento dialogó con tres investigadorxs del CONICET, que vienen realizando diversas acciones de lucha en línea con el reclamo.
Karina Ramacciotti es Doctora en Ciencias Sociales. Según la web del CONICET, su especialidad es Historia Social, y lo hace notar iniciando la conversación contando el origen y función del organismo: “El Consejo Nacional de Ciencia y Técnica (CONICET) se creó en 1958 a partir de la iniciativa del segundo premio Nobel de la Argentina, el fisiólogo Bernardo Houssay. Su función fundamental es fomentar la investigación de la ciencia a partir del financiamiento estatal. Apoya proyectos de todas las disciplinas científicas a partir de un sistema de ingreso exhaustivo y riguroso”. La investigadora cuenta que hay dos instancias fundamentales de apoyo a las personas quienes tienen vocación por las ciencias: a través de su formación doctoral y posdoctoral y por medio del ingreso al sistema científico. Cabe aclarar que, en general, dichas instancias son secuenciales, primero se empieza por una beca doctoral, luego una beca posdoctoral y posteriormente se aplica para ingresar definitivamente al CONICET como investigadorx.
¿Pero cómo es este ingreso definitivo al organismo? Karina cuenta que no solo debes contar con las “credenciales académicas correspondientes” (por ejemplo, recibirte en un Doctorado) sino que debe mediar “una trayectoria medida por la presentación de ponencias a congresos, publicaciones de papers en revistas científicas, formación de recursos humanos, participación en proyectos de investigación colectivos”. Siempre la evaluación es realizada por comisiones de pares, es decir, son otrxs investigadorxs a pie de igualdad o con mayor experiencia quienes deciden quién entra y quién no, tras “una evaluación de extrema rigurosidad” comenta Karina.
Adriana Valobra, es Doctora en Historia y su área de estudio es el género y la política. Ella comienza la conversación haciendo un recorrido de su día a día. Cuenta que hay momentos de trabajo “de campo”, yendo a archivos, realizando entrevistas, trabajando en bibliotecas, y otros de sistematización de la información y escritura, más una constante lectura de libros, artículos, bibliografía en general, para estar actualizada. Todo el material “se somete a discusión en grupos de estudio, congresos, se reescribe a partir del enriquecimiento que producen esas instancias y se envía para su consideración en una revista académica, donde vuelve a pasar un proceso de doble referato y, si se acepta su publicación, se reformula con las indicaciones que envía el evaluador”, comenta Adriana.
Mariano Feliz es Doctor en Economía y en Ciencias Sociales. Su especialidad es la economía política. Al igual que Adriana, relata que su jornada laboral “involucra varias horas diarias de lectura de estudios, libros, sobre mis temas de investigación, buscar bibliografía actualizada y datos, que luego debo procesar, analizar, ordenar”. Tras esa instancia, también, aclara Mariano, “debo dedicar tiempo a escribir artículos, que son presentados a congresos o enviados a revistas para su evaluación y eventual publicación”.
Todo este proceso descrito es largo y requiere trabajo sistemático y constante. Una búsqueda de materiales, para empezar a investigar algún tema específico, puede requerir incluso un año. Las herramientas con las que cuentan para hacer estas tareas, según Adriana, son las mismas de muchos otrxs científicxs: grabador, cámara digital, scanner (o un muy buen celular), programas lectores de OCR (Reconocimiento óptico de caracteres, por sus siglas en inglés), impresora, tinta y combustible y/o pasajes de micro. Adriana, sobre los gastos en movilidad y de ciertas herramientas, señala que se financian con proyectos de investigación, que en general tardan tanto en aprobarse y ejecutarse que los montos llegan devaluados, y por lo tanto “muchos de los insumos los ponemos de nuestro bolsillo”, remarca.
Pero el trabajo individual no es lo único que hace un investigadorx. Este se combina con la dirección de proyectos de investigación (que cuentan con entre 10 y 20 personas), el acompañamiento de las tesis de estudiantes de grado y postgrado, reuniones con equipos de investigación, la participación o incluso la dirección de un Centro de Investigación y/o una revista académica, clases de grado y de posgrado, incursión en sociedades o redes de investigadorxs nacionales e internacionales, participación de congresos, simposios, una lista interminable de instancias de encuentro, coordinación e intercambio.
Con respecto a la pertenencia a redes de investigadorxs, el investigador puntea que implica “colaborar y articular tareas de investigación con colegas de otras ciudades y países”, compartiendo conocimientos, resultados, puntos de vista y opiniones. Además, señala Mariano, al ser integrante de una comisión de informes, promociones e ingresos del CONICET, debe evaluar la tarea de investigadorxs que ya están en la Carrera del Investigador y de candidatxs a ingresar como tales al CONICET, por lo que “la jornada laboral diaria es más amplia e intensa y la semana muy variable”.
En este punto, Adriana recalca que todo este listado de tareas y actividades “se puntúa en nuestras evaluaciones periódicas”. Pero quien investiga no es un sujeto aislado de su realidad. Adriana remarca que “como parte de nuestro compromiso comunitario (con y sin financiamiento) se realizan actividades de extensión universitaria con la comunidad. Esas tareas hacen que no haya un día que sea exactamente igual al otro”. Si no están produciendo materiales educativos para docentes y estudiantes, están realizando videos para divulgación, dictando cursos docentes o trabajando con agrupaciones territoriales y profesionales.
En la evaluación nos comenta, no solo cuentan todas estas tareas individuales y colectivas, sino que “hay que agregarle las tareas de evaluación de tesis de grado y posgrado, proyectos de investigación, artículos de revistas, etc. Todas esas tareas son gratuitas y no son estrictamente la investigación en sí, pero se consideran para evaluarnos”. Para dar una idea de lo que implica, Mariano, sobre la dirección de becarixs, nos ensaya que “debe juntarse individualmente con cada uno para ver el avance de sus proyectos y tesis, debo leer lo que van escribiendo y compartir mis opiniones e ideas al respecto”.
Investigar es Trabajar
Esta frase resume, condensa, el principal reclamo de lxs cientificxs. Ser reconocidos, con todas las letras, como trabajadorxs. ¿En dónde está la divergencia? Por ejemplo, lxs cientificxs no tienen un convenio colectivo de trabajo (CCT) que regule la relación entre ellxs y su empleador, que en este caso, es el Estado. Los CCT son un acuerdo sellado, fruto de una negociación colectiva, entre lxs trabajadorxs (a través de los sindicatos) y el empleador (o empleadores) y el Estado, donde se regula las condiciones de trabajo: salario, tiempos, vacaciones, licencias, etc. Para el caso particular de lxs investigadorxs, el Estado es juez y parte, y por lo tanto, la necesidad de lucha que están llevando adelante, que supera el mero reconocimiento salarial (más allá de la necesidad de que dicho reconocimiento sea realizado).
Adriana y Karina especifican, que para el caso del CONICET, un CCT “permitiría, por ejemplo, especificar las tareas propias de quienes integramos la carrera de investigación en sus distintos escalafones”, y además agrega Mariano, “establecer con más claridad criterios de ingreso, promoción y permanencia en la Carrera del Investigador, indicar las condiciones de trabajo y nuestros derechos en tal sentido, pautar las formas de participación en la institución (en comisiones de evaluación, por ejemplo) y las pautas vinculadas a las licencias y derechos básicos como trabajadorxs de la ciencia”. Actualmente, el lugar del CCT lo ocupa un estatuto muy general, que, en los hechos, hace que cada comisiones evaluadoras de ingreso, informes y promoción establecen criterios cada año que, “paradójicamente”, remarcan Adriana y Karina, “se precisan luego de que cada postulante presenta su informe o solicitud de promoción”.
¿Cuáles son las razones que explican la inexistencia de un CCT? Karina reflexiona que “hay una idea del intelectual que vive en la torre de marfil, que son personas privilegiadas, etc.”. Una mirada habitual, continúa la investigadora, que había de los científicos (en su mayoría, varones), que “hasta la primera mitad del siglo XX provenían de estratos sociales encumbrados y podían desarrollar sus estudios y sus investigaciones sin necesidad de contar con algún ingreso adicional”. Pero, advierte luego, que con la democratización de los estudios universitarios, ese perfil tendió a desaparecer y a la vez, los procesos de especialización de la ciencia colaboraron en hacer muy difícil dedicarse a la investigación teniendo ingresos propios provenientes de alguna otra actividad económica. Justamente, cierra la idea la investigadora, “el Conicet se creó con la intención de proyectar la idea de un científico dedicado a la investigación de manera exclusiva y con una paga de acuerdo a ello”.
Sin lugar a dudas, “el salario tiene que permitir cubrir los gastos vitales y estar acorde a las exigencias de nuestras tareas, los requisitos para el ingreso y permanencia en el puesto de trabajo, etc” enarbola Adriana. Pero, uno de los mayores problemas que enfrentan en esta lucha por un salario justo, es la justificación que viene por parte de la vocación. “La idea de la vocación se torna un disuasivo cuando se le exige altruismo y sacrificio para aceptar, por ejemplo, un salario inadecuado en relación con la exigencia de la tarea y la importancia que, al menos de palabra, se le atribuye” recalca Adriana. A muchas personas que se dedican a la investigación, las entusiasma la tarea que realizan, continúa la investigadora, pero eso no quita que “el trabajo intelectual es trabajo, implica una transformación para satisfacer necesidades humanas y, por eso, nuestro trabajo no escapa de la alienación”. Y más aún, complementa la investigadora, es una política de estado con la que a nivel internacional se mide el grado de desarrollo de un país: “En tanto tal, el Estado debe garantizar el salario de sus cientistas”, concluye.
Mariano refuerza esta idea: “Investigar supone un enorme esfuerzo de formación para lograr las capacidades y prácticas mínimas (por ejemplo, realizar una investigación doctoral) para poder desarrollar investigaciones, dirigir o acompañar a becarios y tesistas, coordinar proyectos”. Con se fue retratando, todo esto requiere disciplina, tiempo, formación, reuniones, desplazarse, escribir, hacer búsquedas, en resumen, mucha dedicación constante.
La lucha sigue
Lxs investigadorxs vienen realizando una multiplicidad de acciones para visibilizar su reclamo, tales como juntada de firmas, cartas abiertas, twittazos, paros con performances frente a oficinas del CONICET y el MINCYT en todo el país. Recientemente, se anunció un incremento del 10% a partir de noviembre, solución que claramente no cumple ni las expectativas mínimas. Mariano detalla que vienen trabajando en asambleas periódicas para ir definiendo las acciones de lucha, y además conforman comisiones de trabajo para debatir con sus empleadores y legisladores en torno a las características del futuro convenio colectivo de trabajo, la ley de financiamiento de la ciencia y la técnica, y la naturaleza misma de nuestro trabajo como científicos «que hacemos, para qué, con qué medios, con qué objetivos”.
La lucha que llevan adelante lxs investigarxs cuenta con amplio apoyo, más aún, el 29 de septiembre referentes de la comunidad científica internacional hicieron llegar una carta a las autoridades nacionales de Argentina en solidaridad con el reclamo salarial y presupuestario del CONICET, situación similar había sucedido durante el gobierno de Cambiemos (2015-2019), cuyas políticas fueron especialmente gravosas para el sector científico. En esta ocasión, encabezan las adhesiones figuras de reconocida trayectoria en ciencias políticas como Carole Pateman y Alex Callinicos; sociología, Raewyn Connell y Ana Dinerstein, Michell Gollac y Göran Therborn; filosofía, Silvia Federici, Patrice Vermeren y George Caffentzis; física, Peter Zoller, economía, Jacques Freyssinet y Thomas Coutrot, paleontología Eric Buffetaut, entre otros.
Las decisiones, comentan Adriana y Karina, se toman en asambleas de un colectivo amplio y heterogéneo, de integrantes de CONICET de distintas disciplinas, edades, regiones del país, escalafones. Las tres cartas alrededor de las que se organizaron los colectivos autoconvocados surgieron para vehiculizar reclamos que consideraron que no se veían reflejados en las intervenciones del gremio, ámbito en el que, no obstante, siguieron participando como autoconvocadxs. El 6 de octubre hubo una caravana en rechazo del 7% con el que cerró la paritaria UPCN, decisión impulsada por autoconvocadxs y algunas líneas internas de ATE que, luego, se aprobó como medida.
En la dinámica de los grupos autoconvocados, como en todo proceso asambleario, se hacen propuestas, se discuten, se deciden. A priori, no es posible decir qué medidas se tomarán, pero la lucha continúa frente a la falta de presupuesto.