Hace ya diez años que habito un espacio de militancia. No podría contar la cantidad de reuniones, plenarios, asambleas en las cuales participé. Y hoy, en una asamblea, de un espacio en el que estoy hace poco, se repitió un hecho que me hizo pensar.
La angustia de las compañeras al momento de hablar. Y cuándo digo angustia, me refiero a cómo se nos quiebra la voz. Y de todos estos espacios, siempre la voz quebrada fue de compañeras. Sabían lo que querían decir, estaban bien plantadas y seguras. Pero no pudieron evitar esa angustia que creo que viene de años de silencio. De nosotras, de las otras, de elles. De generación en generación, de años de tragar saliva y asentir.
Quizás a vos también te pasa que en el ámbito de tu casa o mismo con tu compañere podés expresar todo lo que te pasa, enojarte, decir lo que te molesta. Pero ahí en lo «público» la palabra se complica un poco más. O no me sale, o no me animo, o me sale pero contengo el llanto. Tiemblo pero no porque dudo de lo que sé, sino que dudo del momento en que les demás escuchen mi voz diciéndolo.
Creo que lo positivo es que cada vez nos animamos y hablamos más. Y la palabra se transforma en nuestra herramienta para empoderarnos, es una bandera que hacemos propia, para desde nuestra potencia:
-sacar la voz-
Ilustración @cheiliis