Hace poco una amiga le decía a un chico que los varones, acostumbrados a ser la voz principal, creen que siempre lo que tienen para decir es más propio que lo dice quien está explicando algo, “sí, se llama mansplaning eso”, le agregó él, probando y demostrando empíricamente cada punto expresado por ella.
Cuando era más chica, estudié aproximadamente cuatro años fotografía y un día estaba en un recital, intentando sacarle una buena foto a la fantástica Marilina Bertoldi, que entre el humo y las luces me estaba llevando mi tiempo lograr una buena toma dado que sacaba con la cámara en modo manual, cuando de pronto siento que alguien, por supuesto, un varón me toca el hombro y me dice “fijate que capaz tenés sucio el lente”.
Me costó entender entre el ruido de la música y el público, pero lo que más me costó entender fue por qué cierto varón, que no conocía, con un tono bastante condescendiente, al verme asumió inmediatamente que yo no era capaz de darme cuenta de qué era lo que estaba sucediendo con mi foto, y que necesitaba enérgicamente su ayuda.
Parece ciertamente inofensiva esa necesidad de demostrar, pero lo que ocurre es que la corrección no es aislada, es sistemática, constante y la verdad, bastante insoportable.
Sinceramente creo que tenemos un momento histórico abierto a una nueva construcción colectiva, por eso es que anhelo un feminismo en donde los varones empiecen a explicar cosas pero no las que ya sabemos, estamos esperando que se animen a contar sobre lo que la masculinidad machista no los deja disfrutar, que hablen de sus placeres y sus dolencias, que hablen de sus errores y sus carencias, estamos hartas de recibir indicaciones, cansadas de sus correcciones y sus interrupciones adrede:
-varones, hablen entre ustedes-