Llega la hora del partido. Prendo la tele, agarro una birrita y me siento en el sillón. Y ahí está con la casaca 22. Jugando como si nada. Villa. El vivo ejemplo de lo que pasó y sigue pasando históricamente en el fútbol: complicidad machista. Alguien que tiene dos procesos judiciales en curso por violencia de género pero claro… la rompe toda entonces ¿Cómo no va a jugar?
Leí una nota de la periodista Natalia Volosin que decía todas las opciones que un club puede tomar ante casos de este tipo: desde que el jugador siga en ejercicio pero que no juegue hasta rescindirle el contrato. Y pienso que seguramente en este y en un montón de otros casos, son opciones que los espacios de género de los clubes deben haber planteado ¿Pero qué espacio real se les da?
El fútbol en nuestro país no es solo un deporte. Es parte de nuestra cultura, y como tal pienso que no está a la altura de la circunstancias. Ya de por sí que el fútbol femenino tenga el espacio que se merece tiene sus dificultades. Y si volvemos a las denuncias de violencias de género, llueven. En todos lo clubes, acá no hay distinción. Opciones hay muchas: hacer un protocolo de actuación ante violencias por ejemplo. Y hablamos de opciones reales que solo necesitan decisión política de las dirigencias.
Ya decir que estamos hartas es un poco obvio. No queremos ver más machitos violentos con los colores de nuestro club. Para quienes sentimos esos colores, tenemos el derecho y la obligación de denunciar, de repudiar y de luchar para que no sigan impunes jugando como si nada. Porque no hay marcha atrás, aunque los sigan apañando, nosotras
-les vamos a marcar la cancha-
Ilustración: @cheiliis